Su favorito es el color rojo, es el rojo, respondiendo en un hilo de voz que queda en el escaso aire compartido. No lo sabe hasta ahora, hasta que él le pregunta con los ojos cerrados tratando de crear ambiente en la habitación que comparten; afuera, en cambio, el horizonte es rojo. También lo fueron la sangre de sus padres y del perro, la sangre de él tirada en el piso de aquella estación vacía, su propio rojo cayendo al piso tras cortar con precisión médica las venas de su mano derecha, una solución temporal para un problema permanente. La primera vez que presionó el gatillo fue un alivio, la segunda una esperanza, la tercera una decisión y la cuarta una victoria. También le gusta susurrar en su oído –Dame la mano- para mostrarle las más de cien veces que prometió nunca más sentirse lo suficientemente humana para permitirse llorar, por él, por mi y él no hace nada más que desviar la mirada hacia el mar. Las llagas duelen, escuecen bajo el vendaje del hospital que lleva más de una semana sin ser cambiado, y sin querer, las yemas de sus dedos van recorriendo la espalda descubierta que lleva así muchas horas.
Sin esperarlo, él aprieta con más rabia su muslo más próximo a su cuerpo, y con la otra mano va trazando círculos hasta el vientre. La primera vez había sido de la misma manera: rápida, distraída, dura. Siente cada movimiento como un terremoto en su interior, en donde las barreras de su alma abierta y cortada, sangra el rojo de las consecuencias de nacer por fin, tras años de vivir en un mundo que sentía tan ajeno, demasiado aburrido y poco, asquerosamente irrelevante. Crecer dentro de sus ojos negros, llenos de inseguridad porque la conoce, la ha visto ahora y cientos de veces antes. ¿Y qué significan esas palabras llenas de mentiras, de promesas que ninguno puede cumplir? Ella es una asesina; él es un prófugo de la justicia. Traicionado. Infectado de la ponzoña que siempre había residido dentro pero que nunca antes, jamás, había querido aceptar. Está adentro, en un rincón de su mente, entre los cuerpos juntos y el compás del viento ululando en una playa de la costa pacífica; –Mírame, te necesito- él hace como que no le ha escuchado, apartándose de ella con un ademán un tanto violento, otro poco desesperado. La ventana está abierta y el mar ya no está tranquilo, quiero ser parte de ti, responde el eco que ya no es ella
que asesinó a tantas personas porque quería, sino la mujer que le estaba entregando su nueva humanidad.
-Voy a vomitar.
ellos no estarán para verte mañana.
domingo, 28 de octubre de 2012
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Diamantes blancos.
sábado, 16 de enero de 2010
Ojalá te hubiera conocido en un mejor tiempo. Ojalá nunca, ni tú ni yo, hubieramos tropezado frente a frente en el estúpido y largo pasillo que da al baño. Estabai pasado a copete, una mezcla entre Ron cola, Vodka naranja y Tequila, otra pisca de edor picante que se metió dentro de mi nariz, del vómito que te chorreaba por la pera. Soy asquerosa, lo sé, al pensar en sacar mi lengua y lamerte todo el sudor tras tu esfuerzo por sacar afuera la mezcla de alcohol, pito y cigarros de tu organismo. Soy asquerosa por querer arrinconarte y bajar lentamente por tu vientre sin que te des cuenta. Te aseguro que si no hubierai estado curado no te pescaria de las solapas de tu camisa a cuadros, azotando un poco tu cabeza en contra de la muralla amarilla del baño, mirándote a los ojos, a las pupilas dilatadas, a las venas rojas y mi boca abierta, los dientes chocando con los tuyos en el frenesí de un único momento junto a ti. Culiao, te juro que te odio. Por último no reaccionas, pero lo haces. Y tan bien. Bajas las manos temblorosas por la espalda húmeda, las escurres bajo el vestido de flores rojas, aprietas, amasas con las yemas y tu palma gigante dos globos a punto de reventar. Jadeas dentro de mi boca, la lengua avanzando cada vez más abajo, un botón, otro botón y miro hacia el horizonte de un espejo que refleja mi cara de perra barata por un polvo fácil con el hueón que le encanta. Esa nuca tan bonita perlada de agua. Refriego mi cadera contra la tuya, y entre voladés y no-voladés respondes a mi llamado urgente, animal. No tiene sentido si no me reconoces, si en tus ojos vacíos no encuentro respuesta a la petición que te hago. Oigo un nombre que no es el mío cuando chupas mi lóbulo y te sigues apretando contra la pared fría. Soy yo, mírame, soy yo. No otra. El pezón caliente que roza tu pecho no es otro más que de mi propiedad. Con la cabeza dando vueltas suavemente aferro mis uñas a tus hombros descubiertos, gritando en mi interior, sintiendo el interior de mis organos derrumbarse lentamente en tus pies descalzos. Llámame, te lo suplico. Y repite conmigo que estas lágrimas que derramo en tu camiseta no son en vano. Abres tu boca junto a la mía, respirando largamente.
- Bien, monita, bien- riendo a mandíbula suelta en un cuarto de baño que no es nuestro, resonando mi apodo hasta en la taza del water - Nos vemos el lunes, mona-
Me quedo sola con una mano en la frente y un gran problema creciendome en el pecho. Eris súper hueona, mona. SÚPER HUEONA.
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The Lovecats
viernes, 8 de enero de 2010
-Miau, querida, miau, ¿Estás bien? - pregunta Baltazar yendo de un lado hacia otro tratando de contener la emoción en la voz tiritante.
Su esposa, Amor, se encontraba con el lomo en el suelo, las patas arriba, el hocico sudado y el corazón latiendo de una manera impresionante mientra las contracciones se hacían cada vez mayores. Cuando Carlota que es la vecina de enfrente fue a decirle que Amor estaba en trabajo se le cayó del hocico su última adquisición tras una larga tarde de caza, rodando techo abajo. Él había insistido en ir a llamar la atención de Patty y Marcos, sus amos, pero Amor había insistido -y no aceptaba reproches- en hacerlo completamente sola.
-Tú sabes, Baltazar, esto es muy personal, no quiero que un gigante me saque a mis bebés por la fuerza, déjalos, que yo me encargo - solía decirlo cada media hora mientras compartían una de esas ricas senas de atún y salmón. Pronto ya no serían dos, el número exacto no lo tenía. Él esperaba que fueran cinco, ella siete. Sus dueños querían seis. Los niños jugando todas las tardes con ellos, gritaban emocionados al pensar en que cada vez la familia peluda crecía y crecía.
Los minutos pasaban y Amor no hacía más que maullar, hasta que ya no escucha el ronroneo dulce de la gata de sus ojos, si no que los maullidos aumentaron de uno, dos, tres y cuatro. Cuatro pequeños hermosos que levantaban la cabeza y caían rendidos de cansancio. Lamió la cabeza de su esposa, henchido el pecho de felicidad.
-He aquí a los gatos amorosos, miau-
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Un cuervo dejado en el asesinato.
viernes, 25 de diciembre de 2009
Vamos a bebernos nuestra juventud, vamos a cagarnos en el mundo. Te admiro como a nadie, incubo en mi interior un sentimiento que duele, el amor duele, te tira a la profundidades de un espacio estelar. Te extraño, ojalá estuvieras aquí. Porque esta inercia que ejerce mi corazón negro no perdona, permiso, no pide permiso para nada. Me muevo entre arenas movedizas y trato de alcanzar tu mano, esa mano, la ciencia de tu amor. Somos como el agua y el aceite, diamantes y carbón que necesitan ser extraídos. Granadas de luz entran a través de la ventana que compartimos, pero me doy vuelta y no hay nada, puede ser que esté un poco borracha. Salgo de la casa a las 11am, hay una cierta sombra verde en las calles, fue bonito haberte conocido... Espera, ¿estás ahí? No estás, no estás. Los buitres han terminado de comer y conduzco a través de todo mi ser por encontrarte. Hazme de barro, hazlo tu mismo.
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Nosotros (2)
domingo, 22 de noviembre de 2009
Háblale, nada perderás. Tú vida no penderá de un hilo sí no lo haces, o quizás sí. Sabes que las entrañas se te mueven cada vez que camina, su mirada, la voz de terciopelo que impregna tu piel, cala tus huesos roídos por el andar. Háblale, sabes que nada saldrá mal. Es tan sólo una compañera de curso, que se sienta en la fila de la derecha, justo al lado de la ventana, mirando a través de ella como si supiera todos los secretos de este mundo. Una semana y sé que no soy el único. Detrás de mi hay una columna interminable de babosos como yo. Supongo que me mira, tras esas largas pestañas y el mar de sus ojos, me ve, me observa, me analiza, desnuda todo lo que puedo llegar a ser. Y un amigo me aconseja que le hable, no pierdo nada en decirlo, pero no es la hora. La fiesta del viernes será mi primer momento. O el último.
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Nosotros (7)
domingo, 4 de octubre de 2009
Te encanta la manera en que sonríe. Te encanta ese lunar bajo el ombligo que adoras besar. Te encanta su aliento por la mañana. Te encanta ese mirada verdosa que te da tras esas largas pestañas que adorarías trenzar. Se abraza a ti y sólo te recita al oido que serán amigos por toda la eternidad, pero los amigos no hacen esas cosas. No se besan en camas ajenas, no se miran tan complacientes, no hacen el amor en lugares prohibidos, no se emborrachan sin compromisos ni limitaciones. Y que más da si lo único que tienes es su amor no-amor en el mundo que pisas, el suelo de la gran ciudad ya no te importa si su sonrisa, su lunar, el aliento, los besos, los abrazos, el sexo se van tan lejos, más abajo de los cadáveres enterrados en el cementerio más cercano. Es el cielo, sueles decir, desviando su atención de los suspiros histéricos que emanan de tu garganta porque admitelo, es la elegida. Piensa también que quizá no lo seas para ella, porque las cosas están destinadas a ser y puede que otra vez quizás ya lo sepa pero no quiere decirlo, y de nuevo, odirías al planeta sin su presencia. Su exquisita lengua que moja los labios algo resecos, su voz de ángel caído que burbujea en tus timpanos, el sabor de aquel cuello blanquecino que amarías desgarrar pero al cual no puedes hacerle eso porque la matarías, y eso si sería tonto. Agradece al cosmos que en este mismo instante la estrechas en tus brazos de gigante delgado y pequeño, pues por este único segundo te pertenece.
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Etiquetas: nosotros
Collige, virgo, rosas
domingo, 27 de septiembre de 2009
El viento, mis canillas flacas, mis rollos morenos, el frío, el pezón que sostiene la hoja suspirante que no es más que mi propia exitación inactiva. Ojalá supiera como controlar el hecho de que estás a los pies de mi cama dibujado por el tenue claro de luna que se filtra por mis cortinas púrpuras, controlar las ganas de desgarrarte desde los tendones de tus dedos inferiores hasta el lóbulo proximal situado más allá de el resoplido de tu boca. Te mueves, roncas, finges que no estoy, que no miro ni respiro ni menos que muero por esa espina dorsal tan perfecta tuya. Y amaría no desearte tanto como lo hago, sentada a lo indio, parada contra la muralla de adelante en mi casa azul, volando por las nubes de algodón de azúcar no apto para diabéticos, enredandome a horcajadas en tu cintura firme. El crepúsculo ya no es tan importante como lo era ayer y pareces querer despertar del letargo interminable para mirarme y decirme "Eris tan rica", y yo me derrito como helado al sol, como chocolate en el desierto caliente de mi pensar, la arena ardiente de una playa lejana. Me carga tener que definir ese martes hace ya tantos meses atrás, cuando entraste en la casa grande roja del terror, lugar tradicional del vacile loco, yo siempre fui callá hasta que apareciste tan lindo, muy hombre, demasiado para mi. De la presentación al copete, de la conversa a la plaza, de la botilleria a tu casa, de tu pieza a mi cama y así se convirtió en nuestro. Y, es triste pensar, que lo que veo a los pies del colchón son los rastros de mis lágrimas idiotas, porque tu cuerpo no está. Sinceramente no muero por saber si lo tienen otros brazos, besos nuevos, no, muero por saber porque no soy yo. Que te toquen el poto, que te corran mano, que importa si tu alma resquebrajada por el sol poniente de este martes que pasó se encuentra en la cuna de otros pechos más gráciles que los míos que son pequeños pero te querían. Corta las rosas, doncella, pues nunca sabrás cuando tu flor se marchite y el tiempo inalterable mate todo de una vez.
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